De la enunciación de la adolescencia hacia la comprensión de la juventud. Año 4. Número 9

Autor: Valentina Parra Ocampo.

RESUMEN

El presente artículo es uno de los resultados de la investigación Juventud, significado y sentido. Una estrategia conceptual al proyecto “Jóvenes Agrópolis”, concepto creado por Cañón, Noreña y Pelaez (2004) para referirse a los jóvenes que nacieron en regiones rurales y migran a las ciudades para estudiar, realizada entre los años 2005–2009. Este trabajo se centra en el modo de atender a los adolescentes y la urgencia de que este concepto se resignifique para trascender hacia el concepto de juventud y sus implicaciones, pretendiendo así actualizar estas nociones, tratando de entender qué tan vigentes son estos términos cuando nos referimos a la realidad de los jóvenes.

PALABRAS CLAVE: Adolescencia, juventud, subjetividad, construcción.

INTRODUCCIÓN

A partir de 1960, los jóvenes adquieren un matiz diferente dentro de la sociedad, son más vistos, tienen mayor voz, se les atiende más socio–culturalmente y empiezan a ser distinguidos como medios revolucionarios de luchas políticas, de ideales sociales y en la implantación de nuevos estilos de vida que promueven el “avance” de la historia.

Por otra parte, en esta misma época, los adultos empiezan a darse cuenta de que hay ventajas con las que cuentan los jóvenes como su vitalidad, “frescura”, entusiasmo y “candidez” en muchos aspectos de la vida; al contrario de los adultos que se ven cercanos a la decadencia biológica. Se piensa que los adultos son maduros y sabios por la experiencia; los jóvenes tienen una desventaja a este respecto ya que pueden ser impulsivos o apasionados al decidir o emprender acciones. Aspecto que los hace susceptibles al fracaso, la equivocación y la manipulación de otros individuos aparentemente maduros, sabios, más astutos o “maliciosos”. Nótese el manejo en el que cayeron los estudiantes desde finales de la década de 1960, las huelgas universitarias posteriores y los estudiantes desaparecidos y torturados, incluso actualmente.

Los jóvenes han sido reconocidos dentro de la historia de la civilización, con nociones e interpretaciones tanto positivas como negativas. Sin embargo ¿pasará lo mismo con la denominada adolescencia?, ¿tendrá realmente un lugar definido dentro de la historia y los sucesos sociales?, ¿es realmente vista y reconocida?, ¿se considera lo positivo en ella?

La palabra adolescencia es una enunciación descalificante que evoca lo negativo, dado que limita, prejuicia y denigra la comprensión de quienes por edad han sido clasificados en esta etapa. En la medida que lo adolescente define lingüísticamente y representa interdisciplinarmente a un sujeto que adolece, que le falta, que no está preparado, que está incompleto (…). Tal vez lo que ha hecho falta a primera vista, es evidenciar que aunque se tiene la visión de que hay algunas cosas que dicen, hacen y por tanto manifiestan en esa etapa de la vida aparentemente “sin sentido”, no se entiende que de todas formas eso “sin sentido” está intentando decirnos algo (Parra, 2008).

Por otra parte, se ha podido encontrar que dependiendo el nombre que se otorgue, la nominación o la forma como se llame a algo o a alguien, tiene una determinación importante en el desarrollo y proceso de vida. Como afirma el Doctor Masaru Emoto (2014) al hablar del poder que tienen las palabras, los pensamientos y las emociones hacia las moléculas del agua, generando en ella un impacto de beneficio o de deterioro.

Estos hallazgos permiten reflexionar acerca del posible impacto que la palabra adolescencia pueda generar y representar en las personas que por su edad se denominan así; que más allá de lo práctico es una palabra de significado no propiamente positivo y con una imagen social negativa que promueve predisposición en la población.

Para Casanova (2005), la adolescencia es una etapa del desarrollo del ser humano donde se generan crisis importantes. Así, más de un siglo después, la “adolescencia” y sus antiguas definiciones funcionan como un presagio dictaminado e “inamovible” que la sociedad cree sin cuestionarse o dudar. De aquí que la adolescencia sea más una “ley” no falseada para evolucionar (Popper, 1991). Y el adolescente se encuentre condenado a un limbo donde no es un niño ni joven

DESARROLLO

El dilema de la edad

El desarrollo biológico define cambios fisiológicos, morfológicos, anatómicos y hormonales inevitables. El proceso de envejecimiento comienza a los 25 años de edad según algunos autores, para otros es a los 35, la mejor época del ser humano. Pero esto puede no determinar cuándo empieza y termina la adolescencia y la juventud.

Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL, 2004) es muy difícil establecer fija y homogéneamente el inicio y el fin de la adolescencia y la juventud. De ahí que es mejor referirse a una etapa en que sus integrantes viven un proceso de cambio, que sucede en estadios diferenciales que dependen de las actividades que se realizan. A esto se agrega que cada nación define estos conceptos como cuando se estudia en las escuelas, colegios, universidades u otras instituciones de educación superior. Y también se tiene en cuenta la edad promedio en que el individuo empieza a trabajar, se casa y forma una familia.

Actualmente en todo el mundo hay muchos niños que trabajan y hay adolescentes que ya son padres o están por serlo. Vivir la juventud dependerá de las condiciones socioeconómicas y las creencias o mandatos familiares, por lo que es muy “difícil establecer límites analíticos, claros y permanentes con respecto al período de la adolescencia. Más aún, no son igualmente válidos para todos los países, ni grupos sociales” (CEPAL, 2004).

La psicología de corte desarrollista principalmente ha utilizado el término adolescencia como la fase de crecimiento y desarrollo de los seres humanos. Mientras Papalia y Wendkos (1992) apuntan a los cambios físicos (morfológicos, anatómicos y fisiológicos) que están determinados mutua e influyentemente por los sucesos mentales y emocionales de un individuo y que impactan a lo social y cultural.

Al mismo tiempo, desde la Psicología, la adolescencia es anormal y patológica. Aunque Aberasturi y Knobel (2001) plantean que en la adolescencia se vive prácticamente un duelo por la infancia, entendida como un etapa de comodidad, tranquilidad e incertidumbre al empezar a caminar hacia la adultez; dadas estas circunstancias son esperadas la rebeldía, la desobediencia, los posibles errores a cometer, la ingenuidad, la prepotencia y la necesidad de marcar independencia, lo extraño sería que dichas condiciones no se presentaran. Por lo tanto estos cambios son naturales y de esperarse. Aunque debe atenderse que no todas las infancias son tranquilas y alejadas de conflictos, pues muchos niños nacen y viven en medio de dificultades familiares, en condiciones de hacinamiento, abandono, maltrato, abuso sexual, entre otros. Aspectos que definen muchas cuestiones de la vida juvenil y adulta, como las formas de relacionarse, narrarse y de hacer.

La mayoría de los niños y jóvenes que han nacido y viven en un contexto rural enfrentan una infancia breve, ya que antes de los seis años pueden emprender quehaceres laborales o de crianza de sus hermanos, por lo que a los 15 años saben más del funcionamiento básico de la vida que un joven de ciudad que depende de sus padres, y lucha por marcar sus límites para lentamente desprenderse del hogar.

Por otra parte, en la propuesta psicodinámica de Aberasturi y Knobel (2001) se ve al adolescente como “crítico”, pareciera que el adulto ya no tendrá inconvenientes, dilemas, conflictos o dificultades.

Diferentes estudios han concluido que la adolescencia y algunas veces la juventud son periodos de crisis. Pero para la Terapia Sistémica esta crisis es una oportunidad para crecer, reconstruir la vida, generar cambios, estrellarse contra el mundo aprendiendo, una forma de caerse que da fuerza para levantarse.

Partiendo de lo anterior, la palabra adolescencia resulta obsoleta e innecesaria para calificar una etapa de la vida. Habría que generar una nueva menos prejuiciosa o mal interpretada. Para este trabajo se considera “juventud” y “joven”.

Hacia la visión de juventud

“Joven es todo aquel que se está preparando para ser en el futuro” (Rapacci et al., 2001), desde esta perspectiva la juventud está limitada en el presente. A su vez, Cañón en una comunicación personal (2006) comenta que el concebir a la juventud hacia el futuro la imposibilita y no se le reconoce en el presente, olvidando su actualidad e importancia de su ahora.

Así, es difícil resignificar a la juventud cuando está aplazada para el futuro, coartando o alargando su esperanza. Hoy no se le da un lugar al joven ni se valora su forma de ser, parece que sólo le queda “sentarse” a esperar una inclusión de la sociedad que promueva su valor.

La juventud es proyectada principalmente hacia el futuro, entra en la contradicción de dejar todo para ese momento especifico que está por llegar y que cuando llega choca pues no es claro cuándo ocurrió. Para los padres el crecimiento de los hijos es excesivamente rápido en lo físico y en su expresión verbal y no verbalmente, quizá sin encajar en las expectativas paternas.

Para Margullis y Urresti (1996) los jóvenes se hacen aún más evidentes en el presente donde se desarrollan física, mental y emocionalmente, marcando el ritmo y el rumbo que quieren darle a su vida. Aunque en ellos existe un pasado generacional y un futuro cambiante son ajenos a las organizaciones, sensibilidades, valores y acontecimientos que perduran en el imaginario de los adultos.

En la juventud coexiste la interiorización de la niñez, sus logros, dificultades, situaciones, valores. Se puede reflexionar sobre lo sucedido, comprender lo desapercibido, entender algo vivido y visualizar la rotación de personas en su vida. Para Aberasturi y Knobel (2001) los jóvenes pueden ser reflexivos y tienen “frescas” las vivencias de la infancia, posibilitando la subjetivación de las decisiones de su vida presente y las proyecciones hacia su futuro (Maturana, 1997).

Como sociedad, como padres, como educadores y científicos es necesario asimilar que los niños y jóvenes de este siglo no son los mismos que en épocas anteriores. Hoy los jóvenes han evolucionado, están abiertos a la comunicación sin tantos tapujos. Los niños y los jóvenes de hoy tienen mayor voz y son más espontáneos, pueden opinar, hacer frente a lo que ven, escuchan y a lo que sucede, aunque los adultos crean que todavía son muy pequeños o ingenuos para entender.

Teniendo en cuenta las dificultades actuales por las que hay poca esperanza para el joven, el reto está en no sucumbir a la angustia de lo difícil ya que los retos han estado presentes siempre en formas y condiciones diversas y son necesarios para aprender, crecer y vivir.

Hacia dónde apunta la juventud

La juventud parte de niños que dejan de ser pequeños para ser “muchachos de largas piernas y brazos” (Parra, 2003), con “modificaciones corporales incontrolables” (Aberasturi y Knobel, 2001).

La búsqueda de la identidad es una de las temáticas más estudiadas en relación con la juventud, una temática que permite distinguir lo que se desea ser, hacer y dónde o cuándo estar, aunque la búsqueda de identidad no es una característica exclusiva de los jóvenes.

A lo largo del tiempo se ha abordado la identidad de los seres humanos. No obstante la identidad de cada persona es una particularidad histórica que abarca antepasados, legados, patria, política, religión, visión de la sexualidad, roles y estatus sociales.

Rapacci et al. (2001) plantean que la persona no permanece estática y está en constante cambio, más cuando se relaciona con otros seres humanos.

Como afirma Wagner (1994), los cambios sociales pueden ser tan trascendentes que rompan las identidades y transformen culturas. Son esos cambios los que permiten que la identidad personal no desaparezca en fragmentación y dispersión total, como imaginan los postmodernistas, puesto que esta se reconstruye y se redefine en otros términos. La identidad es una subjetividad en construcción que para Rapacci et al. (2001) posibilita el movimiento, el cambio, la toma de decisiones, la posibilidad de desplazamientos y tránsitos continuos por diversos escenarios, la asunción de roles diferentes, variadas actuaciones y reacciones.

La juventud conlleva contemplación, confrontarse y connotarse. Y la necesidad de construir subjetividades conlleva construir respuestas. Los jóvenes necesitan crear su camino y realizar su vocación. Para Ituarte (2000) existen diversas formas de ser joven, según las pautas de crianza familiares, las creencias, las condiciones económicas, las responsabilidades otorgadas o asumidas, la falta de las mismas, las decisiones definitivas como ser padre, salir de casa, estudiar fuera, ser parte de una cultura o tribu urbana, grupo social, banda, movimiento u organización, entre otras experiencias posibles.

Es importante destacar que no se es joven por pertenecer a un grupo específico, así como el lenguaje para ser expresado no necesita palabras y las acciones para ser significativas no necesitan ser identificadas en un solo acto.

CONCLUSIONES

La juventud no puede seguir encasillada, se construye en relación con otros sujetos que no necesariamente son jóvenes, con sus interacciones. Así se establecen sus formas de pensar y sentir. La juventud se vuelve una forma de construcción social que emerge en un proceso polifónico y multifacético, que crea y propone nuevas dinámicas en formas de pensar, comunicarse y actuar para mejores márgenes de acción de las diferentes culturas (Rapacci et al., 2001).

Frente a la racionalidad también es importante rescatar la emoción como componente en la construcción de las relaciones sociales, lo cual da lugar a las subjetividades. Y dado que los jóvenes se confrontan a sí mismos y al mundo a través de las emociones, es necesario visualizarlas como parte de su naturaleza: es una posibilidad. Las limitaciones surgen frente al adulto que demerita lo emocional frente a lo racional.

La juventud por naturaleza no quiere limitarse, está dispuesta a experimentar a conocer, a descubrir, a permitirse fluir dentro de las emociones, a dejar construirse en realidades cognitivas hacia el riesgo.

Desde distintas teorías evolutivas en psicología se asume el hecho de que la juventud más que una etapa fija y estable es un proceso de desarrollo contextualizado.

Es necesario resignificar la visión de la adolescencia, crear una palabra más adecuada para referirse a ella y trascender las creencias sobre el concepto y sus características.

Si bien el joven requiere estructuras y pautas de crianza, es importante generar más escucha y empatía hacia sus pensamientos, emociones y expresiones, estando abiertos a encontrar el sentido de lo que vive y cómo lo vive.

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De la enunciación de la adolescencia hacia la comprensión de la juventud. Año 4. Número 9

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