La importancia del trato “humanitario” como factor no remunerado entre los profesionales del sector salud. Año 2. Número 5

Autora: Érika Aydeé Hernández Jiménez.

 

Resumen

En el presente artículo se plantea la importancia del trato humano o humanitario de parte de los profesionales de la salud, sean médicos, enfermeros, psicólogos, terapistas físicos. Las reflexiones de este artículo parten de la necesidad de una ética solidaria y cercana al ser humano que está cada vez más alejado de otros seres humanos debido a la mediación tecnológica, reto que en el sector médico es una realidad.

Palabras clave: Trato humano, humanitario, ética, medicina, enfermería, solidaridad.

 

Introducción

 “¿Existe un bien más precioso que la salud?” (Platón, Gorgias, 491-507 a. C.)

Platón en voz de Sócrates, su maestro, coloca esta frase en uno de los discursos filosóficos más interesantes y diferentes que el discípulo socrático escribió. “¿Existe un bien más precioso que la salud?” es la forma en que Sócrates cuestiona a Gorgias acerca de la diferencia en el carácter de las profesiones. Frente al arte retórico y las disciplinas afines, la medicina se presenta no como una profesión con la que se convenza mediante el diálogo o la palabra, sino que resulta más vital: devuelve la salud. Definitivamente el carácter profundo, literario y retórico de Platón es más rico que este acercamiento, pero nos ayuda a situar a la medicina como una profesión de extrema importancia frente a otras menos indispensables.

Así, mediante este artículo se pretende plasmar la importancia del trato humanitario o “humano” dentro de las profesiones vinculadas a la salud. Su importancia surge del actual estado de esta condición, donde parece que no se pondera este trato frente a la sola acción del cuidado médico. Porque… ¿un médico, enfermero, terapeuta, psicólogo deberá enfocarse exclusivamente en proporcionar los cuidados a la salud para los que se preparó?… o ¿será esperable que los profesionales de la salud entiendan que el estado anímico de los enfermos se encuentra en un estado frágil y requieren no sólo que sus males sean paliados sino de un tratamiento “humano”, “humanitario”, digno, además del tratamiento a la enfermedad que padecen?

Partimos de considerar que “El reto de hoy es cómo formar a las generaciones de nuevos médicos, [enfermeros, terapeutas, psicólogos], con este perfil [humanitario, humanista], en un mundo donde la sociedad rinde culto al avance tecnológico y un sector de negociantes de la medicina induce la idea de que los recursos tecnológicos novedosos y los avances de las ciencias médicas son todo lo que se necesita para atender bien a los enfermos” (Rivero-Serrano, 2004). Y es sobre esta última idea que debemos reflexionar y proponer condiciones, porque ¿qué es “atender bien a los enfermos”?

“Y es que en la medida en que disponemos de un incremento constante en el acopio de recursos tecnológicos, vamos abandonando al paciente como individuo, como persona y lo fragmentamos exclusivamente en sus funciones biológicas” (Guarner, 2002). Y hacer esto, fragmentarlo, no tratarlo como un ser humano completo es “atender bien al enfermo” o quizá se ha transitado de atender al ser humano por atender el cuerpo de ese ser humano sin importar lo que su estado anímico requiera frente a la enfermedad que lo aqueja.

Indica Guarner que: “Hemos dejado a un lado el diálogo, aquella comunicación de antaño, donde existía un trato y un contacto con el que padece; un enlace amigable y a veces hasta afectuoso, y poco a poco, nuestro vínculo con el enfermo se ha vuelto una relación seca, destemplada y fría” (Guarner, 2002). Es probable, apunta el mismo autor, que con la telemedicina el futuro conlleve para el paciente un trato con una máquina manipulada a distancia por el mejor especialista que nunca verá y con el que probablemente tampoco hablará. Entonces, ¿es esta la medicina o el trato a la salud que se espera de seres humanos hacia otros seres humanos?

Recordemos que antes de los avances tecnológicos actuales en medicina y durante siglos “(…) se curaba sólo con recursos que no eran otros que los derivados del contacto personal y humano del médico con el paciente; de la empatia, de la preocupación del médico por el sufrimiento del enfermo; de la amistad, del afecto, del interés auténtico del médico no sólo por la enfermedad de un órgano o sistema del enfermo sino por su integridad biológica y espiritual” (Rivero-Serrano, 2004). Parece entonces, y las antiguas generaciones poco tecnológicas lo han tenido bastante claro: “El sufrimiento, el padecer, del enfermo y su familia, no se curan sólo con medicamentos o cirugía” (Rivero-Serrano, 2004), requieren de la cercanía y atención integral no sólo del padecimiento físico sino de las condiciones previas y secuelas del mismo en el cuerpo, ánimo y vida del paciente.

Para los aztecas, las creencias y temores mágico-religiosos estaban íntimamente ligados a la salud y a la enfermedad. La atención a la salud incluía la práctica de ritos y el suministro y aplicación de compuestos y brebajes medicinales, obtenidos de diversas plantas y animales, así como las intervenciones quirúrgicas, los baños medicinales, de purificación y otras prácticas similares. (…) La Tlamatquiticitl [partera azteca] pasaba a formar parte de la familia. Al acercarse la fecha del parto se iniciaban los baños de vapor de temazcal y se procedía a la exploración de la embarazada, pero sobre todo procuraba que la embarazada estuviera rodeada de un clima de felicidad (Zeferino et al., 2016).

“Al desaparecer las Tlamatquiticitl y reducirse las parteras, los médicos se forman como obstetras” (…) [pero dónde queda el trato en el que] la mujer en trabajo de parto era tratada con atención personalizada y de alta calidad humanística” (Zeferino et al., 2016). Al parecer, los avances tecnológicos, la era moderna, la distancia a cambio de la experiencia técnica han desdeñado el trato humano integral del enfermo o de una mujer embarazada, como en este ejemplo, por un trato técnicamente superior y más eficiente que no atiende al ser humano que se siente mal, que anímicamente puede estar decaído, que siente que ha perdido algo o está agobiado por su carencia de salud, estos elementos ya no son atendidos por los profesionales de la salud de la forma en que parece requerirlos el ser humano, pues indican Zeferino y sus colaboradores (2016): “(…) las mujeres con trabajo de parto prolongado expresan que se sienten abandonadas y que viven el parto en completa soledad”. Esta alerta puede ser no sólo un caso médico aislado, el de las mujeres embarazadas, sino una representación de lo que los sistemas de salud enfrentan en la actualidad: un reto hacia una ética solidaria.

Los acontecimientos antes mencionados deben ser un punto de reflexión para los profesionales de la salud, médicos y enfermeras, sobre los aspectos humanísticos de la atención y considerar que toda mujer tiene derecho a una atención en el trabajo de parto adecuada (…). Los factores sociales, emocionales y psicológicos son fundamentales para comprender la manera de prestar una atención adecuada (Zeferino et al., 2016).

Así, en pleno siglo XXI, los profesionales de la salud deben no sólo prepararse para ser altamente eficientes en el desempeño de sus funciones: para devolver la salud al enfermo, prolongar la vida o mejorarla significativamente. Hoy ya deben recordar cuestiones relacionadas con el trato “humano, humanitario, digno” que de forma natural se ha presentado en la historia de la humanidad pero que frente a los requerimientos actuales ha quedado reducido como si fuera menos importante o poco significativo.

Hoy ya todos los profesionales de la salud deben reflexionar sobre el impacto de tipo físico, anímico y psicológico de un enfermo, para que sus actitudes e intervenciones frente a los pacientes sean las de una persona “humanitaria” y no las de un profesional que sólo pondera la calidad de la atención médica. “Debido a que la medicina moderna es una alternativa a la medicina tradicional, esa humanización se refiere a una nueva antropología, a una concepción del ser humano, cuya esencia es la ternura, el afecto, la compasión, entendidas como cuidado de la persona con necesidades de salud” (Zeferino et al., 2016). Sobre este andamiaje reflexivo y su necesidad de integración efectiva versará la propuesta de integrar el humanismo de forma contundente en la formación y la práctica del profesional de la salud.

 

Desarrollo

Hacia una ética solidaria

“El humanismo como prioridad en el ejercicio médico no puede ser sustituido por la sola aplicación de los conocimientos y las tecnologías actuales y las que vengan. Empatía y humanismo en un justo medio; ni involucrado el médico emocionalmente con el paciente, ni indiferente a su padecer” (Marcus, 1999). Esta cita de Marcus es una buena línea conceptual de partida que recuerda al cardiólogo Ignacio Chávez y su propuesta humanista en la medicina. Hoy parecen ser estas visiones necesarias en los actuales cuerpos de estudiantes en las áreas de la salud. Frente al olvido, un recordatorio de lo que es necesario.

Pero, Chávez frente a Marcus es implacable: “…no hay peor forma de mutilación espiritual de un médico que la falta de cultura humanística. Quien carezca de ella podrá ser un gran técnico en su oficio, podrá ser un sabio en su ciencia; pero en lo demás no pasará de un bárbaro, ayuno de lo que da la comprensión humana y de lo que fija los valores del mundo moral” (Chávez, 1958). Así, para un científico en la teoría y en la práctica, Chávez advertía hace más de 50 años que un médico (aquí cabrá agregar a todos los profesionales de la salud) para ser un profesional completo debería tener un perfil humanitario, cercano a la gente, atento al dolor del paciente, receptivo de las necesidades, no sólo de salud de quien atiende, sino “humano”, “humanitario”, capaz de identificar no sólo el sufrimiento físico sino anímico y psicológico del enfermo. Así debería ser el médico, el profesional de la salud, en el siglo XXI y siempre. Pero dado que asumimos que hoy ya no es así, rescatar esta postura será muy benéfico para entender cuál es el camino a recorrer por el nuevo profesional de la salud.

Y cuando ya se tenga todo eso, el conocimiento de las lenguas y de la historia en su mayor anchura; cuando ya se conozca la realidad social y se tenga interés por la hora en que se vive, (…) si el hombre no puliera su espíritu con las lecturas selectas, con la frecuentación de los clásicos modernos, con el amor de la belleza –palabra, música o plástica– y con la reflexión sobre los temas eternos de la conducta –el deber, el amor, el bien– formas todas de sublimar el alma frente a la dura realidad de vivir”. (…) La marcha por esos caminos ásperos de la perfección nos lleva a un punto, (…) el de saber que la preocupación máxima del hombre debe ser el hombre mismo, para estudiarlo y comprenderlo, con todo lo que eso implica de interés por su vida y de respeto por su esfuerzo creador (Chávez, 1958).

Atinadamente García Capote indica que la relación entre el médico y el enfermo debe ser de amistad y empatía, de preocupación, “entendidas ambas cosas como una forma de amor” (…). Sentimiento correspondido por parte del paciente con su confianza, con su esperanza depositada en el conocimiento y sabiduría de su interlocutor Esta gratificante relación tiene pocas posibilidades de ser desarrollada en el mundo médico de hoy en que la mayor parte de las veces las decisiones son tomadas por los resultados de laboratorio” (García Capote, 2016) y no por las repercusiones físicas, anímicas y psicológicas del paciente, del ser humano.

 

La formación del trato humanitario desde la escuela

Con este artículo se pretendía plantear la importancia del trato “humanitario” en los profesionales de la salud. Para ello se ha recorrido la trascendencia de este trato en la historia de la civilización y como elemento identificador del carácter integral de quien lo lleva a cabo. En este momento y después de los planteamientos teóricos anteriores, es claro que el profesional de la salud contemporáneo enfrenta un reto de nueva unión del conocimiento técnico (y práctico) y del trato “humanista” (que se debe recordar en la teoría pero experimentar en la práctica) que hoy está tan relegado por buena parte de los profesionales sanitarios.

Así, se considera que el espacio para que se consolide esta unión, históricamente existente pero que la tecnología ha separado, es la escuela. Es en las Universidades y centros de especialización donde debe informarse y recordarse permanentemente al estudiante que trata no con “enfermos” sino con “seres humanos” que sienten, sufren, padecen y que recurren a ellos porque confían en su pericia técnica y práctica, pero que igualmente esperan un trato “humanitario” digno de quien ve sufrir a otro ser humano.

El médico humanista disfruta del conocimiento científico más actualizado, pero además, asume una actitud combativa, eminentemente ética frente a los fenómenos vitales del ser humano como son el dolor, la enfermedad, la discapacidad orgánica o funcional de su paciente, su deterioro emocional y afectivo y finalmente, su muerte. Esto lo diferencia abismalmente del técnico erudito en medicina. Constituye otra forma de pensar y actuar en beneficio del ser humano, rescatando sus valores fundamentales, sus intereses vitales y su dignidad. El deber, el amor, la responsabilidad, la honradez, la belleza y otros valores son tributarios del humanismo. Pero para que ello fructifique es imprescindible una cultura de los valores y del humanismo ante todo (García Capote, 2016).

Para Hanushek y Luque (2002): “(…) un capital humano de calidad depende en gran parte de su educación (…)”. Por lo que si se forman excelentes cuerpos de profesionales de la salud humanistas, con miras a una profesionalización integral y en valores, el resultado será no sólo un grupo de especialistas técnicos y prácticos sino seres humanos plenos que con una visión valoral y humana sólida se dediquen a sus labores profesionales: devolver la salud a sus pacientes.

Como bien apunta Rivero-Serrano (2004): “La medicina con contenido humano se enseña practicándola”. Por lo que es menester partir del conocimiento teórico, reflexionar sobre él, entenderlo, experimentarlo en la práctica clínica y pulirlo ad infinitum.

Aunque también es importante atender a dichos como los de Boloña y Ceballos, quienes señalan que: “Los médicos perciben la influencia de las asignaturas con alto contenido social como útiles para la labor que realizan en el policlínico, pero no les queda claro cómo aplicar dichos conocimientos. Esta problemática viene desde su formación y se enraíza una vez graduados, cuando en la cotidianidad prima el trabajo asistencial y administrativo sobre lo promocional y preventivo en la comunidad” (Boloña y Ceballos, 2016). Por lo tanto, no sólo el estudiante en formación debe transformar su visión, conocimiento y práctica, también quien enseña debe hacerlo con su ejemplo para dar claridad y contundencia a la razón de la práctica sanitaria humanista.

Finalmente, García Capote (2016) propone que para una formación integral y humanista es necesario: inculcar valores morales sólidos, generar un espíritu colectivo y humanista en los estudiantes, educar jurídica y sexualmente, ayudar a formar un carácter a prueba de dificultades (amable, caballeroso, colaborativo, responsable con la vida).

 

Conclusiones

En la realización del humanismo no basta la labor de las instituciones. El Estado, los partidos políticos, las organizaciones benéficas, las distintas iglesias y ante todo la escuela, podrán hacer un trabajo profundo para desarrollar la conciencia humanista. Pero es cada humano el protagonista y responsable mayor. La voluntad de cada cual, las aspiraciones, la disposición de cada uno y de todos en conjunto son decisivas (García Capote, 2016).

En efecto, es la voluntad individual, muchas veces bien encaminada y ejemplificada, la que llevará a la conformación del profesional de la salud humanista, que trate dignamente a su paciente, que demuestre que trata con un ser humano que no es sólo cuerpo sino también ánimo y psique.

Por lo tanto, proponemos finalmente que todas las áreas de salud deben contar con profesionales competentes teórica y prácticamente, no sólo en los temas de la salud sino en los temas “humanos”, porque sólo eso los llevará nuevamente a una práctica sanitaria humanista. Aunque las escuelas de salud y los centros sanitarios pueden optar por algunas de las siguientes opciones que contribuyan a una formación más integral de sus trabajadores sanitarios:

  • Cursos de especialización humanista.
  • Prácticas supervisadas por profesionales de psicología o psicoterapia.
  • Proponer cursos de formación valoral y aplicarlos permanentemente.
  • Motivar a los estudiantes a que sus prácticas sean “humanistas”.
  • Proponer que los docentes sean el ejemplo de sus estudiantes.
  • Vincular la ética sanitaria con los conocimientos de otras materias y en la acción clínica.
  • Establecer normas de comportamiento ético y velar porque se cumplan permanentemente.

 

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