¿Por qué la evaluación de los aprendizajes recae en la asignación de una calificación? Año 5. Número 14

Autor: Ángel Ismael Vives Sánchez.

 

RESUMEN

El presente artículo plantea la forma en que los docentes evalúan los aprendizajes de sus alumnos a través de la asignación de una calificación y la forma en que, directa o indirectamente, otorgan un número a cada uno de ellos a lo largo del proceso de enseñanza aprendizaje y de su vida estudiantil.

PALABRAS CLAVE: Evaluación, aprendizaje, etiquetar, calificar, docente, alumno, enseñanza.

 

INTRODUCCIÓN

La evaluación de los aprendizajes implica emitir un juicio de valor sobre las competencias adquiridas por los estudiantes y sobre el desempeño académico dentro y fuera del aula y la institución educativa, durante tiempo establecido, a través de la incidencia de los docentes mediante el trabajo sistematizado, planificado y regulado en el proceso formal de enseñanza-aprendizaje en todas las instituciones educativas.

Evaluar durante un ciclo escolar implica planear, observar, calificar, desarrollar actividades, aplicar exámenes, etc.; lo cual ayudará a determinar el avance pedagógico de los alumnos de acuerdo a los objetivos de cada nivel educativo, de cada grado escolar y de cada grupo. La intervención del docente es necesaria pues define los resultados obtenidos, generalmente a través de una calificación. El examen resulta la herramienta más utilizada para este proceso, aunque no es la más precisa ni justa pues sus resultados sólo materializan la habilidad de un alumno en el dominio de contenidos, no la habilidad para integrarse al campo laboral o a la vida en sociedad.

Por lo tanto, no basta enfocarse en el aspecto cuantitativo, el cualitativo es fundamental ya que repercute en la vida cotidiana de cualquier alumno. Así que el docente debe contar con la habilidad de separar los aspectos cuantitativos de los cualitativos. Evaluar los aprendizajes desde ambos aspectos y utilizar los resultados para la mejora, para la retroalimentación y para la asignación de una calificación, si así lo requiere el Sistema Educativo Nacional. Esta tarea es compleja tomando en cuenta que ningún alumno acude a la escuela bajo las mismas condiciones, por lo que dos de ellos con la misma calificación aplicarán de manera diferente los conocimientos adquiridos. Es decir, las competencias se manifestarán de forma diferente y en diversos contextos sociales o familiares.

 

DESARROLLO

La evaluación es un proceso complejo que implica la emisión de un juicio de valor. Emitir un juicio de valor supone atender las características o rasgos de la actividad desarrollada, para que el juicio tenga validez, credibilidad y confiabilidad. Esto supone que evaluar es un proceso basado en la objetividad de quien la lleva a cabo. En educación se adjudica al docente el papel de evaluador por excelencia. Sin embargo, no lo es de manera exclusiva.

La evaluación se implementa en diferentes momentos y con diferentes actores. De acuerdo a su temporalidad, la evaluación puede ser inicial, durante el proceso educativo o al final. De acuerdo a la función que realiza, puede ser sumativa o formativa. Y de acuerdo a los agentes que intervienen se denomina autoevaluación, coevaluación o heteroevaluación.

En el caso de la autoevaluación y de la coevaluación los agentes que intervienen son ajenos al docente, pero guiados por él. En la autoevaluación es el alumno quien de manera consciente y objetiva determinará su nivel académico; este proceso es complejo, ya que implica una crítica personal y es subjetiva. En la coevaluación los alumnos interactúan entre sí para valorarse mutuamente; quizá ésta sea la más efectiva aunque también existe un rango de deficiencia cuando los alumnos no son bien encaminados a desarrollar la actividad. En ambos casos la valoración puede ser cuantitativa o cualitativa.

La asignación de una calificación sí es exclusiva del docente y debe estar completamente apegada al desempeño académico de los alumnos, es decir, a las competencias y a los aprendizajes adquiridos. Pero, ¿esto es una realidad? ¿Por qué asignar una calificación cuando se evalúan aprendizajes? ¿Un número refleja realmente lo que un alumno aprendió? En este trabajo se responderán estas interrogantes pero no debe perderse de vista que una competencia no es medible a través de un número ya que incluye habilidades, aptitudes, valores y destrezas.

Para que un alumno pueda ser evaluado necesariamente tiene que formar parte del Sistema Educativo Nacional y acudir a la escuela, pública o privada. Entendiendo a la escuela como la que provee de la educación que es el “medio fundamental para adquirir, transmitir y acrecentar la cultura; es un proceso permanente que contribuye al desarrollo del individuo y la transformación de la sociedad y es factor determinante para la adquisición de conocimientos y para formar a hombres y mujeres, de manera que tengan sentido de solidaridad social” (SEP, 2015).

La educación promete la inclusión e inserción del individuo en una sociedad que actualmente exige competitividad en todos los aspectos. A una mayor educación corresponderán mejores oportunidades laborales y mejores condiciones de vida. El tránsito por la educación es lo que garantiza estas oportunidades, pero no sólo el tránsito, ya que el desempeño de un alumno con promedio bajo puede ser mejor al de un alumno con promedio alto.

En la escuela, sea cual sea el nivel educativo, mediante la evaluación inicial (diagnóstica) el docente indaga acerca de los conocimientos de los alumnos a lo largo de su formación académica y lo prepara para continuar con el proceso educativo. “La evaluación diagnóstica no sólo debe consistir en aplicar un examen, pues, además, existen variantes muy efectivas para recopilar información que ayudaría a explicar mucho de lo que ha sucedido con el aprendizaje de los estudiantes” (Pimienta Prieto, 2008).

En la evaluación diagnóstica se debe involucrar al alumno y al padre de familia o tutor, algo que generalmente se evita. Una herramienta muy útil es la ficha pedagógica en la que se pueden conocer aspectos relacionados con la salud y la vida familiar del alumno. Con dicha evaluación se atienden aspectos cualitativos que no tienen un impacto en la asignación de una calificación, pero que repercuten en la planeación inicial de todo el proceso educativo.

Es a través de la evaluación formativa (cuya finalidad es la mejora del proceso evaluado) y de la evaluación sumativa (que busca determinar si se han alcanzado los objetivos), además de técnicas de evaluación como la observación, las encuestas, los exámenes, el portafolio de evidencias, entre otros, el docente califica a los alumnos. Aceptando al término calificar las cualidades del alumno, de la adquisición de los aprendizajes esperados, de la manifestación de ciertas competencias y la demostración de algunas actitudes, aptitudes y valores mediante la asignación de un número, el cual etiqueta a los mismos en buenos, malos o regulares, académicamente hablando. Quizá debería utilizarse el término “cualificar” en lugar de “calificar”.

Etiquetar a los alumnos mediante la asignación de un número, una calificación, implica deslindar al docente de cualquier responsabilidad, ya que supone que un seis, un siete o un diez fue otorgado de acuerdo al desempeño académico del alumno. En otras palabras: que cada uno “se gana su calificación”. Entonces, ¿cuál es la responsabilidad del docente? Sin duda alguna, toda. No puede limitarse solamente a calificar.

Durante un ciclo escolar el maestro planea las actividades que desarrollará dentro del horario escolar, dicha planeación puede ser bimestral, mensual, semanal e incluso diaria. La planeación debe partir de la información recabada en la evaluación diagnóstica, pero, la evaluación diagnóstica y la planeación son procesos rápidos que se desarrollan prácticamente al mismo tiempo y difícilmente se logran. Aun así, las actividades allí planteadas tienen un propósito definido que debe coincidir con lo establecido en los programas de estudio.

El docente interviene metodológicamente en cada una de esas actividades y sirve como facilitador y guía para la consecución de los objetivos, por lo que a través de su planeación debe fomentar la participación de todos los alumnos y el buen desempeño académico. Podría pensarse entonces, en igualdad de condiciones y de oportunidades, que todos deberían obtener la misma nota, pero la realidad es otra. Los grupos son completamente heterogéneos, lo que promete grandes retos en las actividades escolares.

El desempeño de cada alumno depende de muchos factores determinantes, como la economía, el apoyo familiar en la realización de tareas, la violencia intrafamiliar, el bulling, etc. Esto significa que no todos responden académicamente de la misma manera. Por lo tanto, la labor del docente es primordial ya que no puede atender igual a todo el grupo y requiere reconocer las desigualdades existentes para mejorar el trabajo y los resultados de todos en el aula.

“Todo individuo tiene derecho a recibir educación de calidad y, por lo tanto, todos los habitantes del país tienen las mismas oportunidades de acceso al Sistema Educativo Nacional” (SEP, 2015). Y al hablar de calidad educativa debe afirmarse que todos los alumnos deben desarrollar las mismas competencias, adquirir los mismos aprendizajes esperados, demostrar las mismas habilidades y contar con los mismos valores, independientemente de la forma en que se les proporcione.

Cada alumno aprende a diferentes ritmos. Aplicar lo que aprende en la escuela es indispensable. Cuando el alumno no entiende para qué sirve lo que le enseñan pierde interés por aprender. Cuando el docente no domina el tema, también se refleja en la pérdida de interés por parte de sus alumnos; como bien menciona Perrenoud (2004) “conocer los contenidos que se enseñan es lo mínimo cuando se pretende instruir a alguien”.

La actualización docente debe ser permanente y debe repercutir directamente en el aula, pero la responsabilidad es compartida con los padres de familia o tutores. “La evaluación de los educandos comprenderá la medición en lo individual de los conocimientos, las habilidades, las destrezas y, en general, del logro de los propósitos establecidos en los planes y programas de estudio” (SEP, 2015). Lo ideal es determinar la forma de lograrlo con la finalidad de no menospreciar a unos ni enaltecer a otros, sino más bien ser justos y equitativos al momento de asignar un número.

Otorgar una calificación no es tarea fácil. Un número realmente no determina en cada caso el nivel académico de un alumno. En la práctica educativa pueden verse alumnos “de seis” cuyo desenvolvimiento en la sociedad es “de diez” y viceversa. “El término evaluación hace referencia a la acción y efecto de evaluar, lo cual nos remite a valorar cuán bueno o malo es el “objeto” evaluado, considerando desde luego “objeto” en sentido figurado y no denotativamente” (Pimienta Prieto, 2008). En esos casos la evaluación ha resultado obsoleta e ineficaz.

Tomando en cuenta que el Sistema Educativo Nacional atraviesa una transición importante dada la Reforma Educativa, aceptada por unos y rechazada por otros, quizá sea el momento para determinar nuevos procesos de evaluación en los que se supriman los números que, como se menciona antes, sólo sirven para etiquetar. Es cierto que evaluar los aprendizajes es sumamente importante, ya que deben verificarse los avances en todo momento del proceso enseñanza, por lo tanto, no está a discusión. La forma de evaluar sí.

Usar letras en lugar de números sería una opción, ya utilizada en algunos casos pero una opción al fin. Otorgar una “A” a un alumno destacado suena menos ostentoso que otorgar un “10” y, mejor aún, otorgar una “D” a un alumno con deficiencias importantes, vacíos, etc., suena menos grotesco que otorgarle un “5”. Psicológicamente afecta no sólo al alumno, también a la familia y, hasta cierto punto, también al docente. Pero es un método impuesto al cual se está acostumbrado y no se le discute.

Es una propuesta que deberá perfeccionarse y enriquecerse tomando en cuenta aspectos sociales, familiares, psicológicos, morales, actitudinales, aptitudinales, contextuales, económicos y demás, siempre en coordinación con los agentes que participan en el proceso educativo y buscando la participación activa de los padres de familia para que asuman su responsabilidad en cuanto a los logros obtenidos por sus hijos e hijas. “Los niños se benefician cuando sus padres y profesores se comunican entre sí en ambas direcciones” (Redding, 1991).

Lograr esta participación resulta sumamente difícil, y más cuando los maestros se rehúsan a hacerlos partícipes creyendo que les dan armas que después pueden utilizar en su contra. Generalmente se trabaja con la idea de que los padres de familia mientras más lejos mejor. Pero se ha comprobado que “cuando un niño llega a la escuela preparado en actitud, hábito y habilidad para aprovechar al máximo la instrucción del profesor, la eficacia de este se incrementa” (Redding, 1991). No podemos hacer que se involucren en algunas situaciones y en otras no, suena también injusto.

Una letra o un número otorgado tomará sentido cuando esto suceda. Las competencias deben desarrollarse en el alumno, pero también en el docente y en los padres de familia o tutores. Estos tres, involucrados y comprometidos, lograrán resultados insospechados que no será necesario medir por medio de una letra o número. Esto se convertirá en un mero requisito, ya que existe la rendición de cuentas que es una exigencia institucional.

El Plan de Estudios propone que “la evaluación sea una fuente de aprendizaje y permita detectar el rezago escolar de manera temprana y, en consecuencia, la escuela desarrolle estrategias de atención y retención que garanticen que los estudiantes sigan aprendiendo y permanezcan en el sistema educativo durante su trayecto formativo” (SEP, 2011). Motivar a la permanencia resulta atractivo como resultado de la evaluación, buscar la promoción oportuna también lo es. Que la evaluación permita el aprendizaje es lo ideal y para todo ello basta una buena labor docente.

Cuando los resultados no son los esperados debe detenerse, revisar, reorientar y retomar el camino. Con ello se lograrán obtener los aprendizajes esperados en la planeación. “El docente es el encargado de la evaluación de los aprendizajes de los alumnos y quien realiza el seguimiento, crea oportunidades de aprendizaje y hace modificaciones en su práctica para que estos logren los aprendizajes esperados en el Plan y Programas de estudio” (SEP, 2011).

Los números (calificaciones) formarán parte de las estadísticas, las cuales siempre serán engañosas. La verdadera calificación que se otorgue a un alumno se la asignará él mismo de acuerdo a su desempeño en la vida en sociedad, en su desarrollo en la vida cotidiana. La calificación es pues, un simple medio de control que bien utilizado y aplicado quizá da buenos resultados, pero que coloca a muchos alumnos en la butaca de los “burros”, de los “menos capacitados”, de los “reprobados”.

Es hora de buscar una nueva forma de evaluar, que integre y no que separe. Que halague y no que señale. “La verdadera competencia pedagógica consiste en relacionar los contenidos por un lado con los objetivos, y por el otro, las situaciones de aprendizaje” (Perrenoud, 2004). Preparar a los alumnos, no para su desempeño dentro del salón de clases, no para obtener un diez de calificación, sino para su buen desenvolvimiento como ser humano integrante de un grupo social, debe ser el objetivo principal de la educación.

CONCLUSIONES

La evaluación de los aprendizajes es fundamental en todo proceso educativo, principalmente cuando la intención de dicha evaluación es mejorar los resultados. El rumbo que dicha evaluación siga dependerá principalmente del docente, quien en todo momento será el responsable de establecer una vinculación estricta entre lo cualitativo y lo cuantitativo con la intención de plasmar a través de una calificación el desempeño académico de los estudiantes.

Una calificación siempre resultará ambigua, poco objetiva y en ocasiones injusta. La apreciación del docente se convertirá en el verdugo de los estudiantes, que muchas veces inconformes, tienen que aceptar el número asignado. La intención es evitar evidenciar y etiquetar. No hay ni buenos ni malos estudiantes, mucho menos regulares. Se trata de niños y jóvenes que tienen la intención de aprender, de prepararse para el futuro, de superarse. El gran cúmulo de contenidos establecidos en los programas de estudio debe ser la guía durante su formación escolar, no uno de sus enemigos que impida su buen desempeño académico.

La clave consiste en lograr la participación activa del alumno, del docente y del padre de familia, fundamentalmente. Cada uno debe realizar y comprometerse con su labor en el ámbito educativo. La comunicación debe estar presente en todo momento y ser el vínculo más efectivo que permita redireccionar el camino cuando los objetivos no se estén alcanzando. La educación no puede estar aislada de los intereses de quienes están inmersos en ella, incluyendo a la sociedad en general.

 

BIBLIOGRAFÍA

 Contreras, J. (2003). La práctica docente y sus dimensiones. México: Paidós.

Perrenoud, P. (2004). Diez Nuevas Competencias para Enseñar. Querétaro: Monte Albán.

Pimienta Prieto, J. H. (2008). Evaluación de los aprendizajes. La Habana: Pearson Educación.

Redding, S. (1991). Familias y Escuelas. Bélgica: International Academy of Education.

SEP. (1993). Ley General de Educación. México: SEP.

SEP. (2011). Plan de Estudios. México: SEP.

SEP. (2015). Memoria Documental, Curso Básico de Formación Continua de Maestros en Servicio. México: SEP.

¿Por qué la evaluación de los aprendizajes recae en la asignación de una calificación? Año 5. Número 14