El juego de los dioses

“Rueda la pelota, el mundo rueda” (Eduardo Galeano), así es como inicia la algarabía de todo un conjunto, cuando se desborda la pasión y empezamos a aborrecer y a adorar a las personas que sufren una metamorfosis para convertirse en dioses. El placer de un juego que desde tiempos ancestrales ha inculcado las virtudes de unos pocos, los grandes regates y las jugadas que llevan al Olimpo son acompañados de un “olé”.

Es preciso indicar como los niños sueñan con llegar a ser dioses y dejar por 90 minutos este mundo terrenal, en las escuelas se desborda un emocionante encuentro de 20 minutos en donde el placer es dejar en ridículo al contrincante, se ve al regateador, al técnico, y al portero que algún día llegarán a convertirse en esperanza de toda la nación. La vida de uno se encuentra en estado vegetativo y somos atraídos por un instinto de pertenencia a un gran grupo que cada fin de semana se entrega a los deseos más placenteros.

Jugamos en esta vida con deseos de ganar, el señor de la tienda se vuelve experto en analizar un partido, el vecino es el mejor comentarista, y el abuelo o el padre se convierten en el mejor director técnico, el sentimiento de inferioridad es dejado atrás y se precisa en el actuar de cada protagonista de la cancha, se le grita a la pantalla con la esperanza de que escuchen nuestros salvadores.

La calle se convierte en artífice de grandes jugadas y creadora de adoradores, la vida de un niño queda en cada pisada y en cada patada al balón, la barrida al vecino es como la sangre y puede ser poco importante si se llega a detener el gol, estos niños empiezan a entender la grandeza de esta pasión, la vida se define en cualquier momento, la lluvia sólo es un charco y el sol pasa a ser aire fresco, no existe ningún impedimento; en este terreno el gol pasa a ser el sacrificio de uno, donde por más chica que sea la portería tiene que entrar el balón.

Somos perfectos adoradores del juego, la pelota rueda por todo el mundo, en el momento en que nos sentamos atraemos las buenas vibras, la oración y la maldición van de la mano, empezamos a tender un sinfín de amaños y si el partido se vuelve en contra de uno, nos volvemos maldiciendo, empezamos a pensar que el mundo se alineo para hacernos sufrir. La vida del aficionado está sujeta a unos cuantos segundos de la decisión final, la cancha se hace el doble de grande y las maldiciones surgen por doquier.

El corazón nunca podrá cambiar la virtud de amar a un equipo, de sentir los colores fuertes, es una explicación que no se puede dar, amamos este juego, sentimos el complemento necesario, la virtud de los ojos al mirar al mejor jugador, las jugadas de fantasía que nos hacen volar y soñar con algún día hacerlas, el futbol nos hace vibrar, nos hace sentir amor y odio a la vez, nuestra vida depende de 22 jugadores, así es la pasión de este maravilloso juego…

Por Luis Rodrigo Cedillo Reyes.
Estudiante de Ciencias de la Educación, Universidad ETAC, Campus Tlalnepantla.
Contacto: luis.cedillo93@hotmail.com

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