A propósito de esta película de Todd Phillips, estelarizada por Joaquín Phoenix, me gustaría compartir unas breves reflexiones sobre tres aspectos centrales de la trama: la identidad, la envidia y la risa.

Arthur, el protagonista, plasma una historia sobre la identidad. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo?, preguntas centrales para cualquier niño y adolescente de cualquier cultura, son para Arthur el sinsentido y el símbolo de todo su ser. Dentro de esta frágil mente, atendida por el psiquiatra del Estado y la trabajadora social que hace las veces de terapeuta y da contención semana a semana, en un espacio en el que Arthur puede hablar y simbolizar un poco lo que no comprende, lo que ha olvidado y lo que desconoce de su historia pero que lo marca hasta la desarticulación paulatina.

A la par, ciudad Gótica vive también su desarticulación, la sociedad conformada por familias como su unidad básica se desintegra, los desechos cubren a los habitantes; el Estado van desfigurándose, ya no lo escuchan, no tienen un lugar para él y su voz.

En el elevador, Arthur tiene varios encuentros. Su vecina y madre de una niña conforman la alucinación de la anhelada compañera que lo desea, lo cuida y lo acepta, que lo sostiene pero que también se vuela la cabeza con la realidad aplastante.

La alucinación es el último recurso posible antes del derrumbe completo de una personalidad, es el mecanismo primitivo que contiene por pocos momentos lo que está por venir.

Ser el hijo de una madre que no es su madre, pretender ser el hijo de un padre todo poderoso que tampoco es su padre y confrontar la realidad de ser el hijo dado en adopción a una madre incapaz de cuidar, sostener, amar y enseñar lo que es la felicidad. Arthur crece en el lugar en el que “ser feliz es una enfermedad” o lo que es lo mismo “la casa del terror y los abusos”, la risa es prohibida y su llanto la madre no lo escucha. Y entonces, Arthur colapsa ante la respuesta a la pregunta ¿quién soy yo?

El comediante de la tele le asigna su nuevo nombre, lo bautiza con su identidad más auténtica: Guasón, el hijo adoptado, el payaso. Pero en el bautismo viene la burla, la desaprobación, la ridiculización de su ser, la tortura. Arthur vivió siendo el payaso, aquel que maquilla su dolor y que se pone como blanco de las burlas y el maltrato aprendido. Guasón en cambio, alude a la guasa, al chiste y en su actuación denuncia y también asesina, lleva al acto la desarticulación interna, el desmembramiento de su mente, la fragmentación de su ser. Confundido, ya no busca el retorno a un vientre materno cálido, protector y nutricio, ahora busca el retorno al vientre gélido, sin alimento, y de muerte dentro del refrigerador.

Pero hay otro niño… Bruce. El pequeño niño articulado, legítimo, miembro del clan, en la cumbre del ideal social y familiar, acogido por sus padres y bienamado por ellos. Pero Bruce tampoco sonríe. Y ahí, separados por la reja social y la legitimidad que la paternidad Wayne brinda, tienen un encuentro en el que la envidia aparece. Articulado (Bruce) y desarticulado (Arthur) son un mismo personaje dividido, que no encuentra integración ni posibilidad de ayuda mutua. Ninguno de los dos parece feliz, no logran encontrarse y reconocerse uno en el otro, la división persiste y es devastadora porque genera envidia.

Y ¿de qué se ríe el Guasón?, ¿a qué alude esta enfermedad de reír sin parar? El chiste es entendido desde el psicoanálisis como un mecanismo que oculta lo reprimido inconsciente. Arthur no logra ser gracioso. Lo doloroso y destructivo no logra ser reprimido ni transformado en algo que haga reír, la risa que no es alegría, es risa que comunica odio, dolor, es la risa fuera de lugar y contexto, es el maquillaje, es la denuncia. ¿De qué se ríe?, él lo dice: de que ya nada lo puede lastimar, ya lo ha perdido todo y no tiene nada más que perder, su tragedia ha sido convertida en una comedia de fragmentación después del dolor de ser tratado por todos como si no fuera un enfermo mental. Hasta esa identidad le es arrebatada.

Guasón somos todos, Guasón es aquella parte dentro de nosotros que se siente cerca de la locura, del sin sentido, de la desarticulación, de la imposibilidad de hablar, comprender y pensar. Bruce también somos todos, aquella parte de nosotros abrigada por aspectos protectores, calmantes y productivos. Y ambos son como sería uno mismo, con partes bien integradas y otras muy desarticuladas, con maquillajes, risas falsas, con alegrías guardadas, ilusiones anheladas, con desconocimientos de nuestra historia y nuestro verdadero ser.

¿De qué se ríe Guasón? ¿De qué te ríes tú? ¿De qué se ríe nuestra sociedad?

Por Tania Zárate Tapia.
Líder Corporativo de Bachillerato, Aliat Universidades.

¿De qué se ríe el Guasón?

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