Se levanta en la mañana muy temprano, dice que no pero es visible que el llanto la ha acompañado.
Sus lentos pero firmes pasos demuestran el coraje y la tristeza que la han destrozado.
El silencio de la sala y la luz debajo de aquel santo demuestran la fe que ella aún posee.
La mirada perdida entre el dolor que causa la impunidad y el mal sabor que deja la injusticia, me dice que sin verlo, ella lo mantiene vivo.
Finalmente, él era su hijo.
-Habrá quienes me apoyen, habrá quienes me odien, pero no habrá quien en mi lugar se pose- mencionó mientras una lágrima robada por su mejilla, dejando a la vista su alma afligida.
-El mundo te ha apoyado, la gente te siente y también lo siente- dije como consuelo sin esperar aquella frase que aún pienso.
-Pero a mi hijo, a mi niño, a él ¿quién me lo devuelve?
Entonces me quedé muda.
Ese instante se convirtió en un profundo y amargo infinito, lleno de llanto y desconsuelo. La gente sufre y el mundo olvida.
Pensé en ella, en sus ojos cansados de llorarle a un futuro incierto.
De pronto sentí pena por mí, sentí pena por el egoísmo y la crueldad humana. Me concentré en las lágrimas que salían y caían sin importar lo que dañaban a la pobre mujer totalmente desconsolada.
Pensé en todas las madres que sufren la incertidumbre del paradero de quien con dolor parieran.
Pero ella sigue y de pie se pone, seca su llanto y su mirada impone. Casi sin poder, pero firme en su andar, en pie de lucha grita estar.
-Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos- le grita sin miedo al gobierno.
Por Nicole Argudín.
Estudiante de Preparatoria de la Universidad ETAC, campus Coacalco.
Referencia de la imagen:
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