La urgencia de recobrar al buen ciudadano a través de valores cívicos. Año 3. Número 9

Autor: Héctor Julián Bonilla.

RESUMEN

En algún momento de nuestra vida quizá nos hemos preguntado ¿qué es ser un buen ciudadano?, ¿de qué manera se han practicado los valores cívicos a través de los tiempos?, ¿qué y cómo se está trabajando en las escuelas con los alumnos hacia el fortalecimiento de sus valores cívicos?

Tomando en cuenta que los valores dan sustento de formación y educación en toda persona para ejercer la democracia, el presente artículo toma referentes históricos acerca del fomento de valores cívicos, su problemática, su importancia y su definición.

PALABRAS CLAVE:  Formación, ciudadana, democracia, educación, valores, cívicos.

INTRODUCCIÓN
El Estado mexicano ha tenido la tarea de promover la formación ciudadana desde la educación básica con el propósito de formar sujetos participativos; desarrollando en los alumnos actitudes y valores cívicos cuyo sustento jurídico se establece en el Artículo 3º Constitucional, la Ley General de Educación, el Plan Sectorial de Educación 2009-2012, así como en los Planes y Programas de estudio para la educación secundaria de 1993 y 1999 respectivamente. La formación cívica en los planes y programas de estudio en la educación básica está presente y se concibe como un proceso “eminentemente formativo que se inicia desde el nivel preescolar en el cual los objetivos educacionales indican la necesidad de que el niño desarrolle su autonomía e identidad personal” (Limón, 2000).
En secundaria se busca que los alumnos se forjen mediante la información y orientación sobre sus derechos y responsabilidades relacionadas con su condición actual de adolescentes y con su futura actuación ciudadana, así, el compromiso es que los estudiantes hagan propios valores cívicos bien definidos, entre ellos la participación, la legalidad, el respeto a los derechos fundamentales, la libertad y las responsabilidades personales, la tolerancia e igualdad de las personas ante las leyes y la democracia como forma de vida y de gobierno (Limón, 2000).
A pesar de que existen estos esfuerzos institucionales por desarrollar en los alumnos una cultura de participación ciudadana, en el país se observan cifras que dan cuenta de un déficit de educación cívica, debido a la existencia de una cultura cívica gravemente contaminada por el desacato a las normas (Guevara, 1998).

Este déficit cívico que también se presenta en los jóvenes mexicanos se explica en parte por el déficit democrático de las instituciones educativas, cuyos procesos de construcción de la ciudadanía se encuentran condicionados por los siguientes elementos:

1. “El exceso de individualismo que ha enfatizado los derechos individuales por encima de los mínimos comunitarios”. 2. “La hegemonía de la racionalidad instrumental, lo que supone un vacío ético y pone en cuestión los fines tradicionales de la educación”. 3. “La falta de participación real en los procesos cotidianos que la educación en todos los ámbitos debe fortalecer, en tanto lugar de reconstrucción de ciudadanía renovada” (Luengo, 2007).
Algunas encuestas nacionales ilustran estas tendencias sobre el déficit de la cultura cívica, ya que ante la pregunta:
¿Cuáles son las principales obligaciones que usted tiene como ciudadano?, sólo 23% de los entrevistados eligió respetar las leyes, como primera opción; otros dijeron que su primera obligación era pagar impuestos, votar, respetar a la patria, etcétera. También se encuentra ante el planteamiento de un dilema, por ejemplo, ¿usted cree que los ciudadanos deben desobedecer las leyes si estas le[s] parecen injustas o deben obedecer siempre las leyes?, 59% se inclinó por lo primero; es decir, desobedecerlas si les parecen injustas, y finalmente, ante la pregunta [de] qué es lo más común que hacen los mexicanos. ¿Obedecen siempre las leyes o desobedecen algunas cuando estas les parecen injustas o arbitrarias? 86% opinó por lo segundo, es decir, que los mexicanos las desobedecen si les parecen arbitrarias (Guevara, 1998).
Asimismo, interesa saber cuáles son los valores más importantes para la vida de los mexicanos, de un total de 16 mil 417 ciudadanos consultados en una encuesta organizada por el IFE, se tiene que 27% asegura que el valor más importante es el respeto, 25% afirma que es la honestidad, 10% la justicia, 9% la libertad, 8% la responsabilidad, 5% la democracia, 4% el diálogo, 1% la autonomía y la responsabilidad (IFE, 2005).

Ante este vacío cívico es necesario preguntar lo siguiente:
¿Qué tipo de valores cívicos predominan y se fomentan en las escuelas?, ¿cuál es la importancia de las llamadas agencias socializadoras en la formación de valores cívicos?, ¿cuál es el nivel de compromiso y participación cívica que presentan los estudiantes de secundaria ante el clima escolar que se observa?, ¿cuáles son los retos educativos que enfrenta la escuela mexicana ante la presencia de tal déficit de cultura cívica?, etcétera.

DESARROLLO
Un valor cívico “es todo aquel principio considerado de importancia para la sociedad y que se espera que todo ciudadano practique y respete” (Fabelo, 1997). Este tipo de valores “al igual que las normas de comportamiento son transmitidas de generación en generación a través de la educación”, en donde la misión esencial es preparar a las personas para cumplir con sus responsabilidades como ciudadanos, es decir, no se trata sólo de aprender hechos y procedimientos de la vida política sino que también involucra una serie de disposiciones vinculadas a la práctica de la ciudadanía. Y qué mejor que adquirir esas virtudes a través de las clases de civismo, hoy, formación cívica y ética.

Para su estudio existen diferentes concepciones de cómo abordar el tema de los valores pues se han convertido en grandes y notables preocupaciones que emergen de todo sistema educativo. Por ejemplo, Sockett (1992) menciona que en términos generales “se ubica la presencia de un fenómeno de cambio de valores a nivel mundial”. Los analistas que participan de esta opinión señalan el hecho de que los valores anteriores se están derrumbando y aún no se han construido nuevos, pues éstos son más individualistas. Esta situación afecta de manera especial a la población joven. Algunos de los factores que pueden influir en ésta que se podría denominar “crisis valoral” son: la influencia de la televisión, el cambio de la estructura familiar, el rompimiento de las relaciones entre la escuela y la comunidad (Sockett, 1992).

Savolainen (1991) afirma que “conforme las sociedades se van haciendo cada vez más internacionales y multiculturales, es necesario desarrollar formas para que esta diversidad se convierta en una fuente de riqueza en lugar de una fuente de tensión y de conflicto. El respeto universal a los demás, específicamente ahí donde no existe diversidad cultural, debe incorporarse a la actividad educativa de todo niño y adulto”.

Pérez y Mendoza (1994) señalan que “tanto la familia como la escuela se reconocen como espacios importantes para la formación valoral. Sin embargo, es la escuela la que permite trabajar de manera intencionada y sistemática las temáticas relacionadas con ello”.

Reimer (1983), de la misma manera indica que “se critica a la escuela en el sentido de que si ésta no se propone explícitamente una formación valoral, simplemente se simula una falsa neutralidad (Ravela, 1988). La simulación es a su vez, la antítesis de la calidad educativa. Porque es la antítesis de la búsqueda continua de la verdad es necesario aceptar el hecho de que toda escuela, todo maestro, todo currículo, forma valoralmente”.

Tedesco (1992) considera que:
Si la escuela no forma valoralmente, deja de cumplir la importante función socializadora, se parte del supuesto de que esta función es importante (Tirado, 1994). Es decir; se quiere lograr una sociedad democrática, pero es necesario preguntarse ¿Quién nos forma para la democracia? si no es la función socializadora de la escuela que implica formar para participar y para ejercer el juicio crítico, implica capacitar a los alumnos para que tengan iniciativa de formular propuestas, implica además llevar a los alumnos a niveles de complejidad creciente, de compromiso con lo que creen. Esto sobre todo es cierto si consideramos que la escuela actúa en paralelo con otros agentes socializadores, en ocasiones mucho más potentes en cuanto tales que la propia escuela.
Rodas (1992) considera que:
Si la escuela no forma valoralmente, o lo hace en forma oculta, no será capaz de desarrollar al ser humano en forma integral como ciudadano; es necesario atender los aspectos que constituyen analíticamente al ser humano: el cognitivo, el afectivo y el psicomotor y cualquier proceso educativo que desentienda alguno de estos aspectos o enfatice uno por encima de los demás, resultará en un desarrollo desequilibrado del ser humano, la escuela tradicionalmente ha enfatizado el aspecto cognitivo por encima de los demás y por tanto de los otros dos.
Zorrilla (1994) menciona que “Se parte de la convicción de que la educación moral es importante porque un estado de autonomía es mejor que uno de heteronimia, implicando lo primero en un papel más activo del sujeto sobre su desarrollo, una mayor profundidad y un mayor sentido de responsabilidad”.

Finalmente, Schmelkes (1997) menciona que:
Se teme que si la escuela no forma valoralmente, o si lo hace en forma oculta, se carece de las bases para exigir ética en los procesos de desarrollo social, político, económico y cultural. Este temor se fundamenta en el hecho de que si no existe claridad en cuanto a los valores en torno a los cuales queremos formar, que deben ser valores de consenso, se carecerá de pautas de referencia de carácter cultural y societal. Por ello si los ciudadanos de una sociedad en particular no han sido formados valoralmente, en procesos que les han permitido asumir valores conscientemente, convertirlos en orientadores de actos y decisiones, y compartirlos con otros, se debilita su fuerza por carecer de criterios de referencia colectivamente asumidos, de ahí que, si la escuela no forma valoralmente, no hay ética y educación para la ciudadanía posible.
Teniendo las bases conceptuales que nos permiten obtener un mayor sustento teórico, a continuación un breve bosquejo histórico acerca del reforzamiento y fomento de los valores cívicos.

Hasta 1821, la educación no fue asunto de los mexicanos. Salvo el interés demostrado por los nobles misioneros de los primeros años que siguieron a la conquista de México – Tenochtitlán, los reyes españoles no se preocuparon por la educación de sus súbditos. Sin embargo; la educación que la iglesia atendió fue la de los españoles nacidos en México, los criollos. Por eso suele decirse que en materia de educación, la metrópoli nos dejó una herencia equivalente a un poco más del 99% de analfabetismo.

A finales del siglo XVII comenzó a sentirse la influencia de nuevas ideas, cada vez más personas ponían en duda que el poder de los reyes fuera un don divino; así surgió el romanticismo que era una nueva idea de hacer música y poesía, y una manera nueva de vivir, en la cual uno de los valores supremos era la libertad que exigía la sociedad de ese tiempo.

En la Independencia, por sus características y por influencia de los sucesos que ocurrían en España, poco se realizó a favor de la educación rural y el desarrollo de la comunidad, aunque gran cantidad de miembros del bajo clero, como Morelos, Hidalgo y Matamoros, en sus respectivas jurisdicciones, impulsaron el desarrollo de la educación, introdujeron y pusieron en práctica técnicas de agricultura y cultivos adaptados para la región, así como artesanías y pequeñas industrias de aprovechamiento; esta labor fue lo que hizo posible que muchos de ellos rápidamente pudieran reunir a los vecinos para participar en el movimiento de independencia.

Al restaurarse la República, Juárez pone en vigor la ley orgánica de instrucción pública, se reglamenta la educación primaria elemental y superior, se establece la educación secundaria y la especial, y se crea la educación normal preparatoria, además de las escuelas superiores que existían, se integran todos los niveles del actual sistema educativo nacional, pero esta educación que se reglamentaba, provocó una ruptura entre la vida social y la escuela al dedicarse exclusivamente a desarrollar el intelecto de los alumnos y a ofrecerles conocimientos más completos, ello provocó que se diera un alto al gran avance para promover el desarrollo de los pequeños pueblos mestizos e indígenas.

En México, a mediados del siglo XIX, en la época que en nuestra historia se conoce como la Reforma (1854-1867, aproximadamente) se entabló una lucha política y militar entre el Partido Conservador y el partido Liberal. Los primeros, para conservar el poder económico y político de la Iglesia y las instituciones heredadas del dominio Español en México; y los segundos, para poner en circulación los bienes eclesiásticos (poner en venta sus tierras) y lograr la separación de la Iglesia de las funciones que sólo competen al Estado. Desde que México logró su independencia en 1821 nació la preocupación por educar a la población. Los liberales del siglo XIX para conseguir el tan ansiado progreso por el que lucharon, plantearon la importancia que tenía para la joven nación que todos los ciudadanos fueran educados y mejoraran su instrucción.

Durante el Porfiriato se dieron notables discusiones sobre la educación y hubo avances significativos en la enseñanza, sin embargo, la mayoría de la población no tuvo acceso a las escuelas por la falta de ellas y la ausencia de proyectos encaminados a resolver el problema.

Lázaro Cárdenas no se quedó atrás, quien propagó la educación de tipo socialista y estableció además, que los trabajos del niño no deben perseguir un fin preferentemente utilitario desde el punto de vista económico, sino que las ocupaciones a que el niño se entregue en la escuela deben tener un mínimo contacto con la vida, de manera que sean la continuación de lo que practican en el hogar o en el medio social en el que viven. La escuela debe enseñar al niño lo que necesita como niño y debe ser tratado lo más individual y socialmente posible.

Asimismo, las escuelas de alfabetización fueron sustituidas por escuelas rurales elementales donde, con el alfabeto, se impartían enseñanzas prácticas de aplicación inmediata en la vida rural con el propósito de impulsar el mejoramiento de las condiciones económicas, sociales y culturales de los campesinos y muy particularmente de los indígenas, y como era de esperarse, la educación socialista tenía dos objetivos:

1) “Integrar a la mujer a la vida nacional otorgándole derechos políticos y económicos, a fin de promover la igualdad entre ambos sexos”; y
2) “Extirpar enfermedades y vicios de la sociedad mexicana” (Delgado de Cantú, 2003).

La reforma educativa impulsada por Jaime Torres Bodet, desde el punto de vista de un enfoque teórico-pedagógico, pero al mismo tiempo humanista y científico, adecuadamente realizada, es la más trascendente de la puesta en práctica de los últimos años, en ella se buscó orientar a la escuela mexicana hacia la consolidación y fortalecimiento de los valores de: libertad, democracia, justicia social, independencia intelectual, mental y material, así como todos los valores históricos que han resguardado nuestra cultura en el progreso de la historia y que constituyen nuestro patrimonio nacional. Esto hizo que el secretario de Educación Pública orientara a la escuela mexicana de modo que se mantuviera al margen, por el contrario, se consolidaron y se fortalecieron los valores que son parte de nuestro patrimonio social y cultural, para lo cual era necesario que la educación contara con una doctrina y una práctica de esos valores universales, de ahí que tuviera un alto sentido humanista.

La educación para la paz, para la democracia y para la justicia social luchan contra la ignorancia, Torres Bodet entendió plenamente que la voz popular se une en torno de algo y por ello puso en marcha la campaña contra el analfabetismo a la reforma de la escuela primaria y secundaria, se agrega un impulso considerable como elemento importante que sería la formación del individuo, pues en los primeros años de la vida escolar se define la personalidad social del hombre.

Después de la primaria, seguía la secundaria, pero aún no se tenían los programas más adecuados para secundaria así que en la primaria se efectuaban estudios encaminados a lo secretarial, artes y oficios, así, poco a poco se fueron introduciendo materias parecidas a las escuelas secundarias, sus planes y programas se asemejaron a ellas aunque se diferenciaron en materias que estaban encaminadas a las actividades comerciales, algunas de ellas se llamaron escuelas vocacionales que también incorporaron algunas materias de carácter humanista: como historia, civismo, sociología, economía, psicología, que fueron aceptadas por profesores y comunidades escolares.

En la educación secundaria, la reforma consistió en establecer un enlace de modo que las materias que se han dado de forma elemental en la primaria se continuarán examinando pero con mayor profundidad y amplitud en la escuela secundaria. La materia de civismo estaba encaminada a la formación moral de tipo humano, democrático y justo, estas finalidades diferían de la educación socialista ya que se defendía desarrollar las facultades del individuo, a fuerza corporal, la eficacia de los sentidos, en pocas palabras, se proponía la educación integral del individuo socialmente.

Durante el gobierno de Adolfo López Mateos el índice de analfabetismo se abatió de forma considerable desde el punto de vista proporcional, este esfuerzo de debió a que la educación empezaba a ser para el pueblo.

Los planes de estudio que se seguían en la educación preescolar eran muy semejantes a los de la educación primaria, pues abarcaban los mismos temas excepto lo relativo a la aritmética y al lenguaje, hasta entonces la escuela primaria ya había definido su estructura, finalidades y objetivos de acuerdo a las leyes de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, planteándose como objetivos:
1.    La formación integral del niño mexicano.
2.    Su desarrollo físico mental.
3.    Su desarrollo físico, estético, ético, cívico y social.
4.    Su preparación para el trabajo productivo.
En educación cívica se proponía desarrollar el amor a la patria que debiera expresarse en el conocimiento y comprensión de los problemas nacionales, debía cuidarse el buen uso y la conservación de los recursos naturales del país, procurarse el mantenimiento y el crecimiento de la cultura nacional. Proveerse de capacidad para el ejercicio de la democracia, entendido como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo y de la consciencia de su solidaridad internacional en la independencia, la paz y la justicia.

Habían trascurrido 32 años desde la creación de la educación secundaria, la cual se vinculaba con las etapas del desarrollo físico y mental característico de la adolescencia, ya abarcaba un ciclo completo con sus tres grados, de este modo permitió llegar al concepto de educación básica integrada por preescolar, primaria y secundaria, en la que se proponía el desarrollo armónico de la personalidad del educando a fin de que participara en el proceso activo de su propia formación ciudadana a través de la ampliación de su cultura y la experiencia de su trabajo, actitudes que aseguraban la convivencia social en la libertad, la democracia, la justicia y la paz.

Ahora bien, es preciso mencionar que en México el civismo apareció con tintes claramente definidos a la reforma educativa que realizó Valentín Gómez Farías en 1833, pero no es sino hasta 1876 con Gabino Barreda “cuando se imparte como asignatura en la escuela primaria; desde entonces hasta la fecha ha recibido nombres como: instrucción cívica, educación cívica, moral y religión, moral y urbanidad, derecho usual, economía política, prácticas e informaciones socialistas, orientación socialista, cultura cívica, civismo, formación cívica y ética como se le concibe actualmente en educación secundaria” (SEP, 1999).

Fue momento del arribo de Salinas de Gortari a la presidencia de la República, periodo en el que se efectuaron grandes cambios en la educación y en primer lugar se difundió el documento Programa de Modernización Educativa, en el artículo 3° constitucional había avances en lo relativo a la gratuidad de la educación secundaria y sobre todo en el establecimiento del derecho a la educación como general y universal para los ciudadanos.

Es entonces que el civismo tomó nuevos rumbos, nuevas orientaciones, nuevos objetivos; para tal caso la SEP estableció diversos planes y programas de estudio que al mismo tiempo han sido modificados constantemente, incluso la materia de civismo dejó de llamarse así, para convertirse en Formación Cívica y Ética, teniendo el mismo enfoque pero abordando temas nuevos que los adolescentes requieren para complementar su formación social.

Hoy, la Formación Cívica y Ética pretende “fomentar en los alumnos y alumnas los valores individuales y sociales que establece nuestra Constitución, así la responsabilidad, la libertad, la justicia, la igualdad, la tolerancia, el respeto a los derechos humanos, el respeto al estado de derecho, el amor a la patria y democracia son valores que asimilarán los alumnos y se verá[n] reflejado[s] en su vida diaria” (FCyE, 2006); en la que al término de la educación secundaria, “los alumnos egresados deberán adquirir conocimientos, actitudes, habilidades, que formen criterios que los hagan capaces de aportar beneficios al bienestar social” (SEP, 2006).

A continuación, los propósitos de estudio de los Programas de Formación Cívica y Ética 2006 y 2011 más recientes:

Cuadro 1. Propósitos del programa de estudios de Formación Cívica y Ética.
En ambos programas de formación cívica y ética se puede identificar con mucha mayor claridad que la formación del buen ciudadano está y sigue presente teórica y explícitamente aunada a políticas educativas que así la sustentan, sin embargo, ¿qué y cómo se está trabajando en las escuelas con los alumnos hacia el fortalecimiento de sus valores cívicos?, es una cuestión que de manera práctica hasta la actualidad, no hay correlación entre lo que se dice o establece con lo que se hace, es como si estuviesen separadas tanto la escuela como la ciudadanía, he aquí el problema cívico que presenta un ciudadano, he ahí la exigencia de nuestra sociedad, he ahí el análisis y reflexión acerca de los retos educativos que enfrenta la escuela mexicana y he ahí ¡maestros, padres, directivos, funcionarios educativos y demás!, la urgencia de recobrar al buen ciudadano a través de estos valores.

CONCLUSIONES
La práctica de los valores cívicos y su conocimiento nos lleva como docentes a proporcionar y exigir elementos conceptuales que inciten al análisis y/o juicio crítico, que les permita a los jóvenes desarrollar sus capacidades reflexivas, necesarias para tomar decisiones personales o colectivas que contribuyan al mejoramiento de su desempeño en la sociedad mediante valores cívicos. Puesto que ser un buen ciudadano no sólo implica cumplir con el mandato de leyes u obligaciones, sino que ser un buen ciudadano es aquel que hace valer sus creencias y sus valores; el que no se queda callado ante la injusticia que se vive; el que ayuda a la persona necesitada; el que genera un cambio dentro de su sociedad; el que se educa para enseñar en un futuro a los demás; el que trabaja por una sociedad justa. Ese es el buen ciudadano que hoy estamos perdiendo. Y que con gran anhelo necesitamos recobrar con urgencia para transformar una sociedad globalizada, producto de cambios sociales, tecnológicos, políticos, económicos y culturales.

La urgencia de recobrar al buen ciudadano a través de valores cívicos como se especifica en el título de este artículo, no sólo atañe a una sola asignatura sino que involucra a todas, lo mismo que a la manera en que se enseñen, al ambiente o espacios escolares, es por ello que afirmo que aprender a ser buenos ciudadanos responsables no sólo está en función de la escuela (aunque puede ser el único espacio para aprender ciudadanía) sino también en la familia, en la calle, en lugares públicos, que a su vez son indispensables para formar a ese ciudadano.

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