Autor: Rey Saúl Gordillo Pinto.
RESUMEN
Desde la educación en este texto se intenta demostrar que en la práctica docente se han generado fronteras entre la integración y la inclusión educativas. Aquí se pretende reorientar la inclusión educativa y contrarrestar las brechas de la desigualdad a través de la equidad y de las sociedades cooperativas y solidarias. Si México es reconocido por su diversidad sociocultural, entonces es necesario que analicemos de qué forma estas diferencias se equilibran.
PALABRAS CLAVE: Integración, inclusión, educación, equidad, diversidad, diferencias, excepcionalidad.
INTRODUCCIÓN
La historia de la fundamentación y defensa de los Derechos Humanos continúa y deberá avanzar hacia la concientización de esos derechos que nos hacen respetar a nuestros semejantes por el hecho de ser humanos y dignos. Desde el terreno educativo nos corresponde retomar el derecho de los niños a una educación de calidad desde la inclusión.
“El pensamiento de individualización cada vez más se intensifica bajo los indicadores de un mundo neoliberal y global, que impone un imperativo de alcanzar satisfactores ilimitados y la aspiración a emular las representaciones de poder y éxito que ofertan los medios de comunicación regidos por la única regla idolatrada: el dinero-poder como el valor omnipotente” (Zardel, 2012).
El Estado ha caído a la subordinación de los intereses mundiales del capital y en determinados países, como el nuestro, con el agregado de una historia que no cesa de intentar una liberación del dominio, sea ideológico y material, primero colonial, después del capital, ahora articulado al narcotráfico y la corrupción; han hecho estragos y ha minado todos los estratos y lazos sociales. Estamos ante condiciones actuales de turbulencia en la que parecieran reconfigurarse los moldes de vida, emergen otras posibilidades y modalidades de intercambios que a primera vista resultan amenazantes y son objeto de los estudios sociológicos y culturales más actuales (Zardel, 2012).
Entonces, ¿quién puede o ha intentado mediar esta situación de diferencia social entre la cultura del poder y dinero y la cultura de la pobreza? ¿Cómo se reconfiguran las percepciones de la sociedad en el mundo globalizado? ¿Cómo afectan estas subjetividades el proceso educativo? Y como consecuencia ¿tenemos un sistema educativo segregativo y selectivo?
La escuela es la institución a la que muchos políticos, idealistas y profesionistas han atribuido la responsabilidad de mediar sobre esta diferencia social por ser un espacio transformador en la sociedad. Es claro que vivimos en un mundo plural caracterizado por la heterogeneidad. “Se trata de reconocer justamente las dimensiones de la diferencia, de explicitarla, comprenderla, investigarla y hacerla converger con el sentido originario de la educación” (Zardel, 2012).
Para esclarecer las interrogantes antes planteadas se explorará el campo de la Integración educativa y la Inclusión; aunque teóricamente tienen sus fronteras, en la realidad escolar no son tan claros sus límites. Estos dos conceptos deben trascender a la praxis y convertirse en una forma de actuar del docente (valores), una perspectiva de vida y una necesidad urgente de enfoque de la educación en general. La ausencia de claridad en los límites de la integración y la inclusión genera segregaciones insoslayables en la educación y desde el currículum mismo.
El propósito de este escrito es describir el territorio donde se cruzan las prácticas que aluden a la integración y a la inclusión educativa. La idea es colocar el análisis hacia determinadas regularidades discursivas alrededor de este tema y la subjetividad que se va formando en la sociedad. También se analizan las prácticas de exclusión desde el planteamiento de un mismo currículum para todos, sin considerar que existen grandes brechas entre culturas; así la inclusión propone que exista equidad como una oportunidad equivalente de crecer y como un derecho de los seres humanos.
DESARROLLO
Todas las escuelas presentan lo que Brown, Nietupskiy y Hamre-Nietuptski (1987) denominan como lógica de la heterogeneidad (opuesta a la lógica de la homogeneidad). Ya que “los entornos fuera de la escuela, domésticos, laborales o recreativos de la comunidad son fundamentalmente heterogéneos, la lógica de la heterogeneidad postula que si esperamos a que los alumnos diferentes funcionen eficazmente en entornos comunitarios heterogéneos, es necesario que en la escuela tengan la oportunidad de llevar a cabo tantas experiencias educativas basadas en dicha heterogeneidad como sea posible” (Brown, Nietupskiy Hamre-Nietuptski, 1987). Esta diversidad conlleva a pensar en prácticas educativas y un currículum flexible, y no un currículum común para todos, aquí se da la primera segregación legitimada por la escuela.
A nivel nacional e internacional se han llevado a cabo algunas acciones importantes para atender estas diferencias en la sociedad. Encontramos, el Foro Mundial de Educación sobre Educación Pública, Inclusión y Derechos Humanos (2006); el Informe de Naciones Unidas elaborado por Vernon Muñoz sobre el Derecho a la Educación de Personas con Discapacidad (2007); la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad (2007); reconocida y aprobada en México en 2008 y la Conferencia Internacional de Educación Inclusiva, organizada por las Naciones Unidas (2008). Este marco pone en escena “el derecho a la diferencia”, que representa un acontecimiento trascendente más allá de las contradicciones vigentes que erosionan este derecho.
Entonces, ¿cuál es la diferencia entre la integración y la inclusión educativa? ¿La inclusión educativa se limita a tratar a los alumnos diferentes o tiene que ver con los obstáculos de aprendizaje? Y ¿el desconocimiento teórico de estas diferencias ha generado que nuestros maestros no puedan distinguir los límites de cada uno de estos conceptos y como consecuencia haya una intersección o cruce de acciones en su práctica educativa?
La integración educativa es un “proceso que plantea que los niños, las niñas y los jóvenes con necesidades educativas especiales, asociadas con alguna excepcionalidad, aptitudes sobresalientes u otros factores, estudien en aulas y escuelas regulares, con los apoyos necesarios para que gocen de los propósitos generales de la educación” (SEP, 2003).
En contraste, la educación inclusiva “garantiza el acceso, permanencia, participación y aprendizaje de todos los estudiantes, con especial énfasis en aquellos que están excluidos, marginados o en riesgo de estarlo, a través de la puesta en práctica de un conjunto de acciones orientadas a eliminar o minimizar las barreras que limitan el aprendizaje y la participación de los alumnos” (SEP, 2003), que surgen de la interacción entre los estudiantes y sus contextos; las personas, las políticas, las instituciones, las culturas y las prácticas.
Entonces, “(…) la integración educativa se ha entendido únicamente como el hecho de que los alumnos y las alumnas excepcionales asistan a la escuela regular, sin que esto necesariamente implique cambios en la planeación y organización de la escuela a fin de asegurar su participación y aprendizaje, sino únicamente su presencia. Al hablar de inclusión, se hace referencia al proceso a través del cual la escuela busca y genera los apoyos que se requieren para asegurar el logro educativo, no sólo de los alumnos excepcionales, sino de todos los estudiantes que asisten a la escuela” (SEP, 2003).
“La escuela pública está viviendo un momento muy significativo en relación con la educación inclusiva. Las aulas de cualquier colegio son un mosaico de culturas, es decir, culturas diferentes convergen en un mismo espacio. Esto más que un problema, es una ocasión única, y un reto, para lograr una educación en valores” (SEP, 2003).
Según la Unesco (1990), la situación está muy clara: “todas las niñas y niños, y toda la juventud del mundo tienen derecho a la educación” sin importar las diferencias que coexistan. Pero no a una educación cualquiera, sino a una educación de calidad. Y esta sólo se logra cuando se educan juntos. “No que nuestro sistema educativo tenga derecho a acoger a un cierto tipo de alumnado y a rechazar a otro (escuela selectiva). Es el sistema educativo el que debe cambiar para contemplar la diversidad en nuestras aulas y no al revés. En esto consiste, sencillamente, la educación inclusiva, lo demás es despotismo ilustrado” (López, 2012).
“A pesar de estar tan claro cuando hablamos de educación inclusiva no podemos evitar que se produzca una doble concepción mental, una orientada a los sujetos de aprendizajes y otra al sistema educativo”. (…) “Hablar de educación inclusiva es hablar de las barreras que impiden que haya niños y niñas que no aprenden en sus aulas”. (…) “Sin embargo, si se habla de niños y niñas que no pueden aprender se está en el discurso de la integración. Si no rompemos esta doble concepción difícilmente estaremos realizando inclusión. Tenemos que dejar de hablar de niños y niñas excepcionales, y hablar de barreras que encontramos en los procesos de enseñanza y aprendizaje” (López, 2012).
Lo que se trata de plantear es que no asociemos las dificultades de aprendizaje a las personas sino al currículum. Y es aquí donde entra el papel fundamental del docente y la importancia de que él distinga los límites de la integración y la inclusión.
Probablemente todos los docentes coincidamos en que debemos cambiar el sistema, ¿quién va a atreverse a decir los contrario? Pero, mientras se siga hablando de educación especial, de minusvalía, de niños con necesidades especiales, la segregación seguirá siendo una práctica aceptada en las escuelas, lejos de la educación inclusiva.
Actualmente en México, hay muchos profesionales que todavía conciben la educación inclusiva como la educación especial. Pero no es así, la educación inclusiva no tiene que ver con la educación especial (aunque puede ser una de sus dimensiones) sino con la educación en general: “es un proceso de humanización y, por tanto, supone respeto, participación y convivencia (…), hablar de inclusividad desde la cultura escolar requiere estar dispuesto a cambiar nuestras prácticas pedagógicas para que cada vez sean menos segregadoras y más humanizantes” (López, 2012).
Esta idea no es una utopía sino un proyecto moral en donde no sólo se instruye sino se complementa con la formación en valores. Pujolás (2004) sostiene que “en una escuela inclusiva, detrás de cómo y de qué se enseña hay unos determinados valores que configuran una forma muy determinada de vivir”. Así diría: dime cómo educas y cómo enseñas, y te diré qué buscas educando y enseñando.
La inclusión educativa es una de las exigencias de la educación básica, patente en el principio pedagógico número 8 (SEP, 2011) donde se sostiene que los docentes deben promover entre los estudiantes el reconocimiento de la pluralidad social, lingüística y cultural como una característica del país y del mundo en el que viven, y fomentar que la escuela se convierta en un espacio donde la diversidad puede apreciarse y practicarse como un aspecto de la vida cotidiana y de enriquecimiento para todos.
Por otra parte, está claro que la cultura del dinero y el poder ha hecho a la escuela selectiva y segregadora; distinguiendo así a grupos de personas, marcando sus diferencias económicas, acceso a la información, estilos de vida y percepciones. Entonces, ¿qué debe hacer la escuela inclusiva ante estas brechas? Una alternativa para combatir estas desigualdades es la equidad, pero vista como oportunidades equivalentes. En palabras de López Melero (2012) el respeto a las diferencias del alumnado en la búsqueda de la equidad educativa es de un valor extraordinario, entendiéndola no sólo como igualdad de oportunidades sino como igualdad de desarrollo de las competencias cognitivas y culturales.
Entonces, la equidad en la educación significa que todos los alumnos deben ser educados en función de lo que necesitan y no recibir lo mismo en todo el país; con fuertes críticas al currículum homogéneo del Sistema Educativo Mexicano, en contraste con la idea de que las sociedades son heterogéneas.
El problema en nuestras escuelas no es epistemológico y educativo sino axiológico e ideológico. Precisamente, por la complejidad del problema, este no se puede resolverse sólo en la institución escolar sino en el ámbito social y político, sólo si estamos convencidos de que las escuelas del siglo XXI deben ser para todos, sin exclusiones.
Debemos ser, pensar y actuar con solidaridad, cooperación y respeto hacia la diversidad. Para ello es menester crear una nueva cultura precisa de pedagogías y políticas diferentes, que se complementen con el aseguramiento de que la escuela brinde oportunidades equivalentes (Ainscow, 2001). Sin cultura cooperativa y solidaria es imposible hablar de educación inclusiva. Por eso es recomendable revisar las prácticas educativas e iniciar un proceso de reconstrucción de contextos escolares, es decir, construir una nueva cultura escolar o darle un nuevo significado a la actual.
Cuando el docente no diferencia entre la diversidad y las diferencias, la integración y la exclusión, suele suceder una intersección entre ellas. Como consecuencia tenemos la configuración de un paradigma lingüístico, de comportamiento y pensamiento sobre las personas excepcionales, como si hubieran dos tipos de alumnos: el que aprende con facilidad y otro que no aprende. Todo ello ha generado múltiples contradicciones, tanto en la conceptualización como en el significado de lo que es una escuela sin inclusión. Por lo tanto, ¿es importante que el docente conozca los límites de cada concepto? Sí, pero de nada le servirá conocerlos si no los aplica en el aula.
CONCLUSIONES
¿Existen intersección o cruce en la práctica educativa de los procesos de integración e inclusión? Sí, porque parece que aún seguimos asociando la educación especial con la inclusión y esto es un grave error. La inclusión trata de eliminar las barreras u obstáculos con los que se enfrenta la educación en general. Mientras que la integración busca que todos los alumnos asistan a la escuela. Entonces, podemos afirmar que integración e inclusión se asemejan a los conceptos de cobertura y calidad, respectivamente.
La educación especial integra a los niños que tienen alguna excepcionalidad, aunque no necesariamente es inclusiva, la construcción subjetiva de la sociedad nos ha llevado a vincular estos dos conceptos y creer que sólo la educación especial atiende a niños con diferencias. Todos somos diferentes aunque no presentemos una excepcionalidad, por ello la educación inclusiva tiene relación con la educación en general y está vinculada con una forma de ser y actuar.
En el artículo 2° de la Constitución Política Mexicana (DOF, 2002) se confirma la convicción de que México es un país pluricultural y plurilingüe, en la práctica social esto ha generado brechas profundas entre la cultura del dinero y el poder y la cultura de la pobreza (Cámara de Diputados, 2008). En el campo educativo la inclusión ante tales diferencias sociales debe generar oportunidades equivalentes, es decir, igualdad de desarrollo de las competencias cognitivas y culturales; dar una educación de acuerdo a lo que realmente necesitan aprender. Y de manera complementaria construir sociedades extraescolares cooperativas y solidarias.
Existe una analogía entre la escuela y los restaurantes, pues los establecimientos de comida ofrecen un menú acorde a los gustos, necesidades e interés de los comensales. ¿La escuela debería presentar alternativas curriculares y la sociedad podría seleccionar la que le convenga? ¿O es más inclusivo tener que adaptar las culturas y necesidades de las personas a un currículum común? Por supuesto que debería de haber una adaptación curricular para hablar de inclusividad atendiendo el pluriculturalismo. Al igual que en el restaurante, en la escuela se deben considerar los interés y necesidades de la sociedad para la creación de un currículum. Al no existir tal consideración del Estado hacia su sociedad, la escuela legitima la segregación y la selectividad.
Dime cómo educas y cómo enseñas, y te diré qué buscas educando y enseñando. En esta frase está claro que la inclusividad no sólo tiene relación con el currículum y con la eliminación de las barreras de aprendizaje; sino con la forma de ser de docente. El docente que tiene como objetivo enseñar necesita dominar un conocimiento; pero aquel que quiere educar necesita conocer y ser. Y para practicar la inclusión educativa necesitamos primero conocerla teóricamente y posteriormente ponerla en práctica.
Por último, el problema educativo en México es multifactorial, pero el enfoque inclusivo se superará cuando los hijos de los trabajadores, policías, campesinos, pepenadores, tengan la oportunidad de ir a las mismas escuelas que los hijos de los empresarios y políticos; es decir, no importa a que escuela acudan los niños, todos deberían recibir el mismo nivel de educación (Andere, 2013).
Para muchos, lo planteado en este texto puede parecer utópico, sin embargo todo gran proyecto comienza con un sueño. Y si aún nos quedan dudas, a Galeano en cierta ocasión le preguntaron ¿para qué sirve la utopía? A lo que él contestó: “suelo pensar que la utopía está en el horizonte y entonces si yo ando diez pasos la utopía se aleja diez pasos, y si yo ando veinte pasos la utopía se coloca veinte pasos más allá; por mucho que yo camine nunca, nunca la alcanzaré. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, para caminar” (Galeano, 1993).
BLIBLIOGRAFÍA
Andere, M. E. (2013). La escuela rota. Sistema y política del aprendizaje en México. México: Siglo XXI.
Ainscow, M. (2001). Crear condiciones para la mejora del trabajo en el aula. Manual para la formación del profesorado. Madrid: Nancea.
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Cámara de Diputados. (2008). Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. México: Diario Oficial de la Federación.
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Galeano, E. (1993). Las palabras andantes. Madrid: Siglo XXI.
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